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Que la música se convierta en el himno de la soledad feliz

Se ve muy bien lo que se siente ser un solitario. He sido un solitario a lo largo de varios años, sobre todo durante mi niñez y adolescencia. Ese sentimiento de estar solo y ser un incomprendido, muchos lo hemos experimentado, aunque algunas veces con mayor vehemencia. Uno mira a su alrededor y se topa con gente que no lo entiende, que posee otros valores, que busca otras cosas, que mira la vida de manera muy distinta. Y esa gente es mayoría, por lo que la desolación, la sensación de hallarse solo en el mundo, aumenta y se agrava.

Soy el segundo de tres hermanos. Mis padres aún viven. No fui muy cercano a mis abuelos, tampoco a mis tías, tíos, y primos, mejor dicho, mi relación con la familia de mis padres es pasajera (por no decir nula). Solo los conocí en mi infancia y, a los diecinueve años volví a saber de ellos, inclusive, ellos no sabían que tenían primos paisas –porqué mis papás son costeños. Esto hizo que me volviera más creativo y que inventara juegos en los cuales yo era el único participante. Luego encontré un refugio: la música. Entre los once y quince años divagaba en los géneros que estaban de moda como el reggaetón y dancehall, pero a los dieciséis años tuve un encuentro con la música electrónica, esto gracias a mi hermano mayor, quien decidió sacarme de fiesta con sus amigos a conocer un género del cual pensaba, no significaba ni transmitía nada. La música electrónica me llevo a conocer personas que compartían un gusto por el género. Con el tiempo le cogí amor y empecé a trabajar en eventos, vendiendo boletas, repartiendo flyers y manejando redes. Luego terminé escribiendo textos, primero eran cortos, de un párrafo como máximo, y fui ascendiendo, logrando contar historias de las fiestas a las que asistía, hasta hacer entrevistas con artistas inimaginables y realizar una que otra columna de opinión. Quizás, sino hubiera sido tan retraído e introvertido, jamás me hubiera dado por las letras. No estaría escribiendo lo que están leyendo.

Pero si hubo una sería desventaja en eso de ser solitario: las mujeres. No fui de muchas novias en la adolescencia, a pesar de estar enamorado de cinco o seis chicas, la timidez jugaba en contra de mí. Mis relaciones no duraban más de un mes. La más larga fue de tres meses, así que el sentimiento de ser un solitario no me abandonó del todo.

Usted dirá que qué carajos importa todo este largo preludio autobiográfico y lo comprendo. Pero el punto al que voy, es el de cómo la soledad puede marcarnos y determinarnos de manera dramática, pero también servirnos como una fuerza realizadora y creativa. Estamos educados bajo la equivoca idea de que ser un solitario es algo malo, una cosa indeseable. El instinto pareciera indicarnos que la felicidad está al lado contrario, en la compañía y convivencia con los demás; que solo en sociedad podemos alcanzar la dicha y que reivindicar la individualidad es una postura reprobable. Creo que habría que romper con esos estigmas, y más ahora, donde el encierro provocado por el coronavirus nos ha llevado a cuestionarnos y analizarnos desde diferentes perspectivas, donde podemos entender que necesitamos recibir atención todo el tiempo para comprender que le importamos a otras personas fuera del núcleo familiar y así evitar la soledad. Creemos que estar solo es tener problemas, es negarse a hablar con las personas que te quieren y rodean, pero lo que no entendemos es que la soledad es tranquilidad consigo mismo, es dedicarse más tiempo a uno sin tener que ir por ahí dando explicación de por qué querer estar solo sin razón alguna.

Estar solo puede ser una circunstancia fatal que nos impone eso que solemos llamar ‘el destino’, pero también puede ser una elección valida. Si uno se siente bien consigo mismo, si uno se cae bien y prefiere vivir solo, alejado de la muchedumbre, no es una determinación negativa. Además, estar solo no implica necesariamente una soledad o un aislamiento misántropo. Me explico y vuelvo a recurrir a mi caso personal; llevo más de diez años sin estar sujeto a una relación sentimental. Mis papás dudan de mi orientación sexual. Mucha gente me pregunta si no quisiera vivir con alguien, y la respuesta es siempre la misma: no. Por diversos convencionalismos, piensan que estar así es cosa triste, deprimente, y que detrás de todo, puede existir un tema de inseguridad, y no dudo que en muchos casos lo sea, pero también resulta algo divertido, sin conflictos, lleno de paz y, sobre todo, muy creativo con la ventaja de tener visitas esporádicas sin estar sujeto a una relación, sin pensar que la puedo estar embarrando por conocer otras personas.

En los ochentas muchos artistas se quejaban de la soledad en algunas composiciones, y seguro hay miles de canciones que hablan del tema de manera quejumbrosa. Todavía hacen falta elegías para los seres solitarios, y no debemos creer que la compañía de alguien es la ventaja y dicha de estar satisfecho. Que la música se convierta en el himno de la soledad feliz.