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Medellín, te amo


Arte por Lizeth Leónhttps://cucharitadepalo.co

*Este cuento fue publicado en 2017 por Tamarindo Ediciones en el libro Los colores de Colombia, antología de cuentos.

Hola, soy Tiga. Un niño de doce años que ve la vida con romance, amor, inocencia y un poco de humor e ironía. En mis manos siempre cargo un discman que mi hermano mayor me regaló para escuchar música electrónica y grabar todas las historias que día a día disfruto. 

Hace un par de meses que he experimentado la misma rutina para ir al colegio. Hace un par de meses que me he grabado las calles, el color de las casas y los perros que siempre se cruzan alocadamente en mi camino, como buscando ser tocados por algún transeúnte. Medellín, hace un par de meses que con tu clima (con ese sol radiante y esa lluvia abrasadora) has sido testigo de mis estados de ánimo. Tú me has visto salir triste de casa y llegar feliz a la escuela. Medellín, claramente, tú sabes que soy distraído, que no me importa el día sino todo lo que acontece. Tú, y solo tú, Medellín, con ese carisma tan hermoso que brindas, me haces entender que no todo está perdido; que, entre estas hermosas montañas y empinadas calles con olor a empanada de iglesia y chocolate recién calentado, me caricias a mí y a los habitantes de esta hermosa tacita de plata que, cariñosamente, llaman Valle de Aburrá.

Mi último recuerdo contigo fue justo un Día de la Madre. Era un soleado miércoles, así como son los miércoles: cálidos y llenos de alegría subjetiva. Recuerdo que iría al bowl de Ciudad del Río. Sí, a ese mismo espacio donde los grandes y chicos comparten la pista para aprender a montar patineta, bicicleta y hacer trucos extraños como barspin, tailwhip y rollback. Sí, a ese mismo espacio donde se reúnen, domingo a domingo, todos los estratos sociales de la ciudad para compartir un rato en familia, con amigos y mascotas. Sí, es el mismo espacio que queda cerca del Museo de Arte Moderno de Medellín. Sí, es esa misma zona que día a día deja surgir nuevos grafitis y tags de artistas que quieren hacer sus primeras marcas en cuanta pared limpia o sucia encuentran. Sí, este también es el espacio al que acuden fotógrafos a hacer shootings, y descansar un poco, ya sabes, de los estudios de fotografía.

Pero ese día, justo el día de la madre, estabas ahí, siguiéndome, posicionándote como mi sombra, marchando conmigo a todos lados. Medellín, tú no me dejabas solo. Tú me seguías sin decir nada. Para ser sincero, me agradaba la idea de que solo fueras mi sombra mientras recorría los diferentes puestos de comida aglomerados entre esa estrecha calle veinte con veinticuatro. Qué bonito es visitar Ciudad del Río. Qué tiempos tan bonitos se viven allí.

Bonito como esa primera canción de música electrónica que mi hermano mayor me compartió e inmediatamente bailé sin saber por qué.

Mientras mi hermano mayor sacaba algunas fotos de los edificios que rodean este pequeño espacio ubicado en el sur de la ciudad, mi adicción por recorrer tus calles, Medellín, se hacía cada vez mayor. Cuando me vi totalmente alcanzado por el lugar, le dije a mi hermano mayor que debíamos ir a Imagine Art, que allí debíamos comprarle un helado superespecial a mamá. En el fondo sabía que no quería ir por el helado, simplemente quería seguir movilizándome por tus calles, no importaba si primero debía utilizar el Metro y luego cruzar a pie los puentes de Envigado. Eso no me importaba, quería conocerte más, pero no solo a ti, sino también a los demás municipios.

Mi hermano no aceptó la propuesta, me miró fijamente, asegurando que eso no iba pasar. Mientras un rayo de luz golpeaba mis ojos, asimilaba su respuesta sin entender el porqué. Al rato, unas pequeñas gotas empezaron a chocar con mi frente. Tampoco entendía por qué pasaba eso. Medellín, ¿por qué estabas actuando así si hace poco estabas irradiándome con tu sol? Pensé que estabas triste (como yo), porque no pude recorrer esos hermosos grafitis de Envigado. Pero tú no dejaste de mojarme, hasta dejarme emparamado. Medellín, no sabía si me estabas auxiliando de algo, o si esta era la señal de irme a casa y desistir de esa tonta idea de amarte. Porque te he dicho que te amo, ¿no?

Al final solo reía de felicidad. Ya estaba cien por ciento emparamado y no me importaba nada. Medellín, si esta era tu señal de auxiliarme, lo lamento, pero esto me daba más ánimo para caminar sin tener que recurrir al transporte público. Mi hermano parecía un perro: tenía rabia por mi rebeldía de haberme dejado mojar por ti. Él no entendía qué me pasaba (la verdad, tampoco hubiera querido que lo supiera), solo me miraba como si él también quisiera intentarlo, pero le importaba más cuidar su ropa que disfrutar tus gotas de lluvia.

Ahora estaba en mis manos la responsabilidad de recorrerte, dejando que tus gotas fueran formando un camino por cada lugar que pasara. Ese día empecé a olvidarme de las cosas materiales, de mi discman, del regalo que debía comprarle a mamá, y del Smartphone que días atrás me habían obsequiado de cumpleaños. Ese día, Medellín, entendí por qué te amo. Ese día descubrí que tu calor de verano y esos extraños cambios donde el bochorno me hace viajar a Sincé, Sucre, nunca los había tenido. No sé si era por las nubes, o porque estaba emparamado, o porque mi hermano mayor tenía ira. No sé, pero lo que sí tenía claro, Medellín, era la forma en que lentamente me abrazabas como si fuera el fin del mundo.

Medellín, no te puedo mentir, todo parecía estar patas arriba, como esas empinadas lomas donde lo primero que se quiere al terminar de subirlas es agua. Pero tú estabas ahí, descubriéndote ante mí, como si fueras esa esfera pública de Fredy Álzate instalada en la calle de Ayacucho con Junín. Pensé que estabas estallando mi mente como Los Pájaros, de Botero, pero descubrí que mientras el Metro había frenado a mitad de camino, mi mente se posicionaba como El Pensador, la obra de Nadín Ospina. En ese momento sentí tus gritos, sentí como me decías que te estaba abandonando. Sentí cómo las canchas de la ciudad gritaban fuerte y duro. Sentí que cada vez llegaban más extranjeros a admirarte, amarte y quedarse contigo. Sentí que, aunque ellos estaban confundidos por no encontrar personas que hablaran inglés, te amaban; te amaban por tu carisma y por ese desinterés de querer ayudar a la gente. Sentí, sobre todo, el grito de las personas gritando en las comunas, llamando a alguien para salir a jugar y divisar, desde los miradores o CAI periféricos, todos tus cambios. Aunque nuestro invierno sea solo una palabra y una pequeña brisa, siento como el acento paisa me despierta día a día. Sentí tus gritos en todos los estados posibles. Sentí que eras ese Aphex Twin gritando con su alter ego AFX en “Elephant Song”.

Medellín, luego de sentir cómo cambiabas el clima, el ritmo, el horizonte y las actividades de las personas, entiendo cómo la gente se adapta a tus costumbres nuevas. Medellín, he notado como tu cuerpo y alma han explorado mi curiosidad por descubrir tus carreteras y las casas vecinas. Sim embargo, no es como antes. Decir qué ha cambiado no es fácil, pero no importa, porque así te quiero: con tus fugaces cambios.

Puedes estar vacío, amorfo, inmóvil, indiferente, brumoso, ausente; y a pesar de todo, Medellín, te amo.