← Back to portfolio
Published on

Carta #3 - San Andrés

*Esta historia hace parte de un libro aun no publicado de anécdotas románticas basadas en la vida real.

Para: Tiga – tigaatencia@gmail.com
De: Mauricio Atencia – mauro150824@gmail.com
Fecha: 09/12/2017 - 11:36 a.m.
Asunto: Carta #3 – San Andrés

Tiga, discúlpame…

No me gustaría redactar esto con tono de súplica, aunque bien es cierto que puede parecer que lo es. La cuestión es que todo sucedió tan rápido que no hubo tiempo de nada; esto lo había acordado tácticamente, es más, creo que te dije el día que avisé en casa sobre mi partida. ¿Te acuerdas? Yo desde luego sí.

Vamos, no seas así, mira que el orgullo no te va a llevar a ningún lado. Te lo digo por experiencia. Deja de ser así y responde por lo menos con un emoji o GIF. Tiga… En fin, como me has estado dejando en visto por WhatsApp (y no digas que no), acudo a nuestro mejor medio para contarte lo que me ha estado pasando desde que debí partir. Quería hablarte antes de irme y que supieras por qué me iba y cuánto tiempo me demoraré, pero como bien sabes, desde que conseguí este nuevo empleo, es poco el rato que tenemos para hablar entre semana. Siempre que llego a casa estás dormido. Mamá dice que te quedas esperándome, pero te gana más el cansancio, aunque no importa, seguro cuando salga de vacaciones tendremos tiempo para charlar, hablar de música y visitar los lugares que más te gustan. Por ahora, te pido que por favor que seas paciente. Recuerda que cuando se quiere obtener u/o hacer algo rápido, nos enfocamos tanto en eso, que omitimos todo aquello que nos rodea: familia, sueños, amigos, fantasías, actividades de ocio, amor, ilusión, etcétera, etcétera.

Solo serán 96 horas las que nos tendrán alejados. Sí, puede parecer mucho tiempo, pero si lo piensas bien, es muy poco. ¿Has pensando en todo lo que puedes hacer durante ese tiempo? Podrías tener la oportunidad de elegir dos libros de mi biblioteca y leerlos antes de mi llegada. Es más, si te lo propones, podrían ser tres. Es más, ve y busca Energy Flash, de Simón Reynolds. Si gustas, podrías aprovechar mi ausencia y contarme todo lo que has estado haciendo. También puedes ver una maratón de tu serie favorita y repetirla; escuchar y bailar ciento cincuenta canciones. ¡Corre a buscar "25", el compilado especial de Estados Alterados! O bueno, si quieres, puedes ver treinta películas románticas, que sería como ir y volver de Europa tres veces. Es todo lo que puedo decirte. ¿Tienes sugerencias? ¡Dímelas!

Estoy 775 kilómetros al noroeste de la costa de Colombia, en el archipiélago más grande del país, donde los habitantes hablan hasta tres idiomas: español, inglés caribeño y su idioma natal: creole, que por cierto solo utilizan cuando quieren hablar mal de alguien o decir algo que el otro jamás entenderá.

Al principio, mi viaje a esta isla de más de setenta y cinco mil habitantes parecía ser el viaje anhelado de cualquier persona entusiasmada por recibir un poco de sol y broncear su bella piel para luego alardear de que estuvo en un lugar mágico, pero así no fue. Parece que la lluvia fuera mi sombra. No sé si es porque decidí viajar a San Andrés con sombrilla o porque tu historia, esa de "Medellín, te amo", donde te mojas felizmente mientras yo me preocupo por cuidar mi ropa, hubiera pasado a ser un karma completo en este nuevo viaje.

Este es mi quinto día en la isla y la lluvia no ha dejado de sexar —aunque aquí es bonito mojarse. Primero, porque es una brisa que te acaricia y no te provoca correr. Segundo, la lluvia es como la frescura de la noche. Tercero, es como cuando una persona se besa encima de la otra y ninguno quiere frenar—.

Me he estado hospedando en un lugar mágico. Las casas están sobre el mar con unos balcones enormes de madera oscura y blanca con unos ventanales transparentes. Aunque estoy en la habitación 812 y el cuarto es pequeño, este me traslada un montón a la casa en la que papá creció con sus trece hermanos. No sé cómo un espacio tan pequeño puede transmitir tantas cosas: armonía, nostalgia, fiesta, unión, y por supuesto, calor. Como te decía, recuerdo mucho la casa de papá, especialmente el cuarto donde dormimos todos los primos cuando visitamos la casa a final de año. Y aunque aquí sí hay puertas y tengo una cama para mí solo, hay una pequeña mecedora que, con tan solo sentarme en ella, me sitúa fuera de la casa de papá, donde los vecinos (así los conozca o no) pasan moviendo la mano de lado a lado diciendo adio’. En esta habitación el piso no es de tabla, hay aire acondicionado y la mesita de noche no tiembla por la música de los otros huéspedes. Aquí no hay una hamaca negra con azul claro como la que me tienen guardada en la casa de papá cada vez que voy, pero sí hay una silla café claro que me traslada al patio trasero de la casa, donde todas las mañanas se reúnen los tíos a fumarse un cigarrillo mientras los primos más chicos optan por coger un totumo para tomar leche o cereal.

Cuando llegué aquí, pensé que iba escuchar reguetón todo el tiempo. Si tenía suerte, un poco de salsa, reggae, y, por los laditos, uno que otro vallenato moderno entrelazado con discos clásicos que incitarán el trasnocho. Para mi sorpresa, el chispum apareció de forma espontánea como si fuera la señal de que no todo estaba perdido. ¡Claro, me emocioné un montón! Pero como sabes, las emociones no siempre duran. Mi felicidad llegó a su fin cuando un chico dijo: «¡Epa, solo Fumaratto! "Que parezca fiesta"». En ese momento me volví loco. Creo que no olvidaré ese día. Jamás pensé que estaría en un lugar donde la música de ese tal Fumaratto pasaría a ser la banda sonora de esta nueva historia. Eso fue un cóctel muy extraño. Más cuando ella se apareció ahí. Me es difícil explicarte esto. Seguro a mis parceros también.

En fin, ella estaba ahí con su grupo de amigas bailando al son de esos energéticos ritmos que parecían un mal viaje a la hora de estallar. Yo, sin percatarme mucho de su presencia, empuñé la cámara y me dispuse a sacarle fotos a cada integrante del grupo que estaba de excursión en la isla, esperando que llegara la noche para asistir a la fiesta hawaiana. Allí continué mi trabajo, capturando la esencia y el disfrute de cada persona.

Nota: Hasta el momento no había notado la presencia de ella. Tampoco sabía si ella había notado la mía. No es que tenga mucho ego, pero estoy seguro de que sí me había notado. Además, solo éramos dos fotógrafos los que estábamos allí, así que de cualquier forma pude llamar su atención.

Regresé a la habitación, y en medio del revelado la descubrí. Si te preguntas cómo es, puedo decirte que mide aproximadamente un metro con setenta, usa anteojos negros, tiene el cabello largo color oscuro, es blanca y de contextura delgada. Si me preguntas por su peso, podría decirte que está entre los sesenta y cinco y setenta kilos. Tiga, lo siento, no sabría decirte si tiene novio. Quisiera deducir todo con solo mirarla, pero es imposible.

En ese instante entendí que, si nos volvíamos a cruzar, debía acercarme sigilosamente y hablarle.

Pasaron dos días y la lluvia hizo sus estragos para que nos volviéramos a ver. Era la fiesta negra y mi último día en la isla (seguro el de ella también). Ese día (ayer) no quise esperar a que llegara la noche. Ya sabía en qué hotel se estaba hospedando, así que decidí hablar con mi compañero para cubrir su turno e irme a fotografiar la excursión mientras hacían compras en el centro de la isla para luego desplazarse al hoyo soplador, la piscinita y terminar recorriendo la montaña de San Andrés para llegar a San Luis.

La noche.

Ella me miraba como a un animal raro. Yo no la entendía. No sabía si esa mirada estaba dirigida hacia mí o hacia alguien que estaba detrás. Yo, como siempre, no le di mucha importancia y seguí disparando con la cámara. En cuestión de horas, mi compañero se acercó a decirme que descansáramos un poco. Nos tomamos dos Gin Tonic antes de seguir cubriendo la excursión.

—Yo lo vi a usted por la tarde —apareció ella inesperadamente. Usted estaba con mis amigas en el carro sacando fotos…

—¿Sí? —respondí como cualquier persona en esa situación. Sin perderle la mirada, espere su próxima pregunta, deduciendo que preguntaría mi nombre o la ciudad de la cual provenía. Pero así no fue. En ese momento yo hablaba con sus amigas por la forma de bailar.

—¿Y qué tan buenas son ustedes bailando reggaetón? —dije.

—Lo suficiente, pero usted no nos da la talla —dijo una de ellas.

—¿Usted si baila reggaetón? —volvió aparecer ella dudando de mí.

—¿Por qué lo dice? ¿No tengo pinta de saber bailar? —empecé a coger cancha soltando preguntas simples.

—La verdad no.

—Usted tiene pinta de punkero y su amigo de nea… de nea, pero con plata —expresó una de sus amigas.

En ese momento, la apariencia me estaba haciendo una mala jugada (a mi amigo también). A lo mejor sería por los tatuajes, la camiseta negra de malla que tenía puesta, y los accesorios que colgaban en mi brazo y cuello.

Nota: Tiga, hay algo que debes saber y creo que nunca te he dicho, pero aquí donde me ves, siendo un amante empedernido y un mamerto de la música electrónica, me va muy bien bailando reggaetón. Y ojo, no es que sea malo bailar otros géneros, al contrario, es muy bueno. Bastante, diría yo.

—Le va a tocar bailar conmigo para comprobar si soy bueno o malo. Eso sí, no se sienta mal si supero las expectativas —dije muy seguro de mí, esperando que soltaran un clásico de reggaetón. Obvio eso no iba pasar, pero debía tener fe.

Después del baile no dijimos nada. Ella resolvió su duda y yo seguí ahí, pegado a ella porque sabía que íbamos a bailar dos canciones más.

Luego de nuestro exitoso baile y soltar cadera hasta el piso, pensé en esos halagos que lanzan los hombres para sentir que dicen cosas amables, pero son superficiales por default. Lo típico: «Usted es muy linda» —cuando es obvio que lo dice porque quiere algo más—, «qué linda te queda esa ropa» —la misma de siempre—, «qué lindo peinado» —un moño descuidado—, «¿en serio, usted tan bonita y sin novio?» —creen que siempre deben tener un novio. Luego de esas largas frases que siempre se evaporan con aliento, le pregunté si el chico que la acompañaba era el novio, a lo cual respondió que no.

Volvimos a bailar.

—Yo lo vi y me pareció muy chévere su forma de vestir; se veía como diferente, no sé... Además, me llamó mucho la atención sus tatuajes, y supuse que era alguien interesante.

En ese momento, como cualquier persona, solté una pequeña sonrisa, sí, de esas que expulsa el rostro cuando ve a un conocido en la calle y no comprende por qué sonríe.

—De hecho, no sé si usted lo notó en algún momento, pero yo lo miraba mucho. Y bueno, no imaginé que nos íbamos a topar —continuaba ella mientras yo pensaba lo mismo.

Tiga, el paso a seguir es un apasionado beso. Fue algo tan especial y puro, que hasta la música más horrenda, desalmada y disonante de Fumaratto pasó a un quinto plano... Solo se escuchaba el latir de nuestros corazones… Sí, sé que suena muy cursi, pero es lo que pasaba. Seguro es porque habíamos bailado más de cinco canciones seguidas y la lluvia aún seguía ahí. Tiga, esa lluvia era igual de persistente que tú.

—¡Me gustó mucho! —dijo ella después de que le contara que era un amante de los besos saborizados.

Tiga, espero que en algún momento entiendas esto. No quiero que suene mal, pero besarse con alguien luego de comer una paleta con sabor a mango o a Bon Bon Bum de fresa, o chocolatina, es riquísimo. Cuando seas más grande entenderás ese pequeño placer que pocos disfrutan.

Luego de verla con su sonrisa amable y sus mejillas sonrojadas, una de sus amigas me pregunta que cómo aparezco en Instagram mientras yo intento preguntarle a ella su nombre…

Tiga, la aventura no termina aquí, pero ya debo entregar la habitación, ir almorzar y partir hacia el aeropuerto. Por favor, no te vayas a quedar dormido, quiero que conozcas el final. Según mi hora de salida, estaré en casa a medianoche. Espérame despierto.